domingo, 24 de octubre de 2010

Mary Bale vs Darwin




Convertirme en la versión mexicana de Mary Bale (http://www.youtube.com/watch?v=64xtjFXTcQI) probablemente habría evitado el “topetón” con el influyente Sr. O. sobre los usos y costumbres de Romeo en el hogar. Mi estatus conyugal me hundió en un chapuzón helado al recordar la máxima: “esta casa es de ambos” y el Sr. O. me lo acaba de recordar con su ceja. Romeo debería aprender a zigzaguear dado que la mitad del espacio común no le quería. ¿Qué hacer?
Luego de escuchar sus propuestas descubrí que el Sr. O. carecía de cualquier experiencia infantil u adolescente con animales caseros. Han pasado casi diez años de mutua convivencia y me entero ahora que un gatito puede alterar el aire, la lustrosa vajilla, las cortinas, la sala si uno de sus trasparentes pelos se posa encima y es detectado por el otro par de ojos de nuestra mancuerna. Hasta ahora P. no ha participado en la subasta de losetas de piso que imaginariamente permiten el paso sin pasaporte de Romeo. La idea de ponerle un cascabel cobró fuerza al no poder controlar lo que de sobra conozco: a un gato no se le puede contener. Debo educar un gato para que no entre a la cocina, no se suba al sofá y evite ser visto si el Sr. O. llega a casa. Mientras repito la idea varias veces, el reclamo regresa a la escena del crimen cuando Romeo se regodea encima de la mesa de la sala tan campante, tan feliz, tan afortunado de vivir entre…  ¿P. y yo?
Suspiro.
Me pregunto por qué algunas personas no aclaran sus deseos a tiempo. En mi caso habría sido más fácil no haber metido la mano a la maceta, no sacar al gatillo de la camada, no llevarlo a casa para luego descubrir que se quedaría ciego y que estaría a mi cargo el resto de su nublada vida. Pero eso no pasó. Tres semanas después de la noticia de la ceguera me empezaba a acostumbrar con esa idea de la filantropía en equipo cuando el Sr. O. me levantó las gafas oscuras, me bajó del pony y me dijo: “este no era el plan”.  De acuerdo, el plan era que tendríamos un gato independiente. Que fuera –afuera- y viniera para darle cariño y alimento de vez en cuando. Después de tres perros, dos conejos, una iguana, dos gallinas, un gallo, dos loros, un canario, un pez y un cangrejo yo estaba convencida que un gato no haría diferencia. Esto me viene a enseñar que nunca terminas de conocer a tu “roomie”. No lo niego, yo también esperaba Romeo fuera independiente pero yo no soy la famosa Mary Bale para tirarlo a un contenedor esperando que en una versión regia de mujer osca yo sonría a una cámara convencida de hacer lo correcto: “De acuerdo, será lo que tú digas”, y tire al gato y cierre el inofensivo contenedor sin cargo de conciencia.
P. me mira esperando mi argumento implacable que lapide la solicitud del Sr. O…
P. querida, mami pensará en algo -Silencio en la sala-.

Mientras seguía “chupando moras” ocurrieron un par de cosas que me llevaron a argumentar al Sr. O si él no estaría exagerando la nota…
La primera: Charlando con un amigo mutuo nos compartió la historia de Goliat y Lucas, sus perros San Bernardo cuyo amor ocupaban su corazón, tiempo libre y una buena parte de sus gastos personales. Goliat llegó primero: un hermoso perro blanco manchado que entendía bien el Jet set animal y se había acostumbrado a posar en las exhibiciones de animales rodeado de niños. Poco después llegó Lucas. A diferencia de Goliat, Lucas era mucho más grande, con problemas de cadera y se acostumbró a comer primero del mismo plato. A los tres meses Lucas perdió la vista sin previo aviso y nuestro amigo comenzó la batalla por decidir qué hacer. En escala gato su problema era de grandes proporciones y yo no me atreví a opinar sobre su caso. Mary Bale vino de nuevo a mi mente y luego de su personal revelación le pregunté si se quedaría con ambos. Él respondió que sí, al menos ese era su plan. Vive solo -pensé– qué alivio para Lucas. Afirmó lo que yo no he podido contagiar al Sr. O. “ una vez que te encariñas con los animales es difícil dejarlos”. Lucas tenía ahora una admiradora y Romeo un gigante ejemplo.

Hace dos días revisaba el diario junto a una P. que miraba el televisor y llamó mi atención unos dibujos que mostraban la evolución del homo sapiens. Hablaban a doble página de nuevos descubrimientos evolutivos y tenían una sección dedicada a las damas: eran peludas, con pechos firmes y llenos de grueso bello. No resistí la tentación de mostrar mi hallazgo a la abstraída P. y quise darle clases sobre cómo éramos, y cómo somos el día de hoy. P. miró las ilustraciones con detenimiento mientras Romeo le jalaba los calcetines. Luego me miró tratando de entender mi explicación sobre “hace muchos, muchos años, todos teníamos pelo en todo el cuerpo y ahora sólo en la cabeza”…. Primero tiró a tierra mi afirmación argumentando que el Sr. O. tiene las piernas peludas, y hubo que entrar en detalles…  Tratando de mantener mi autoridad intelectual le expliqué que no sólo el pelo había desaparecido sino que nuestras facciones también eran distintas. Nuestras manos, los ojos, P. volvió a mirar el diario y finalmente entendió: “Mami ¿Romeo es un gato que perdió sus párpados porque ya no le servían?”
-Silencio en el cuarto del televisor-
 ¿¡Y si tenemos en casa el eslabón perdido!? Si así fuera, ¿Al Sr. O. le afloraría el orgullo científico y le pondría el gafete de “acceso total” al backstage de su estudio?
Querido Romeo: ¿cuánto costará que el milagroso oftalmólogo te diagnostique “evolución”?

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