jueves, 23 de junio de 2011

Julián




Sé que, desde que llegó, Julián se ha convertido en tus ojos. Sí, mi pequeño. Sé que cuida de ti por la noche, cuando no distingues los peligros, y le he escuchado luchar con los animales para alejarlos de tu reino.
-¿Qué es la amistad?  

Los amigos se protegen, se comparten, se ríen y son cómplices. Eso hace Julián: Ser tu amigo.
Pero también sé, mi Romeo, que si algo habita y respira cerca de tus heridas pupilas, y su presencia no la notas hasta que falta, podría ser amor.
-¿Qué es el amor? 
Lo he visto desde lejos y me doy cuenta de lo mucho que disfrutas su compañía. Me serena verte acompañado en los atardeceres compartiendo el alimento, y el agua. Mi padre decía que los amores peligrosos siempre van acompañados de silencios, y tú vienes hasta ahora a contarme. Cuídate, mi pequeño, porque yo no podría ocupar ese sitio si Julián decide que no eres su latir.
-¿Que qué opino de Julián?
Romeo querido, me basta con verte contento. Me tranquiliza que no estarás solo si tu oscuridad llega sin avisar.  Me anima ver la claridad de su pelaje para estar segura que un gato tan bello tiene un alma libre. Yo siempre estaré aquí.


La llegada
A Julián lo espantaba con trozos de tierra dura. Esas coreografías se repitieron durante días hasta que me cansó su persistencia y voluntad. Me convencí que había llegado la hora de que mi niño eligiera su compañía y le ignoré. Hoy me mira cada mañana desde la canasta con sus grandes ojos azules temiendo que le grite. Me sonrío, pero el celo me hace mantener una sentencia a la distancia: Más te vale portarte bien porque mi genio traspasa las rejas de este reino, le murmuro.


Querido Romeo, a veces en nuestras vidas hay más de un corazón latiendo dentro de nosotros y deberás aprender a escuchar aquel que más te dolerá al morir. 

jueves, 21 de abril de 2011

Ser y Estar



Romeo ha empezado a desaparecer. Se pierde en un reino sin fronteras a sabiendas que nosotros no le seguiremos. Su territorio está dividido en proximidades: ser consentido, ser extrañado y ser olvidado.
Querido Romeo la distancia es el principio de los recuerdos. Cuando alguien se va mirando solo sus pasos los que se quedan caminan hacia otra dirección.

Cuando descubrí que el viejo escritorio de la habitación que ocupé en casa de mis padres conservaba recuerdos de mis otras edades me miré al espejo. Los frenillos regresaron a mi boca, mi hija no era mía y volví a sentir la responsabilidad de resguardar los libros que apilaba bajo mi antigua cama. El egoísmo me aprisionó y me obligó a mirar en mi interior. Descubrí que en esa casa ya nadie me extrañaba.
Ha pasado un día entero y de Romeo no sabemos nada. Nadie lo ha visto pero existe la certeza de que regresará. Él sigue entre nosotros. Es la primera vez que desaparece, y el reloj se detiene.
Hemos salido de la casa de mis padres y al subir a la camioneta el Sr. O y P. se despiden levantando la mano. Atrás quedan la nueva nostalgia y el viejo escritorio. El egoísmo me sigue chantajeando sentado en el hombro de mi madre.  El cinturón me sujeta a mí misma y P. me hace recordar que alguna vez lloré en un parto, que soy su madre y que para ella soy la variable que le programa dormir tranquila, o tener pesadillas por mis arrebatos. El reloj funciona de nuevo. Ahora late.
Son tres los gatos que desean estar en casa pero solo el nuestro tiene permiso.  Decidido echar a los otros del reino. ¿Y si Romeo se va? ¿Cuándo sabremos que no regresará? Una gata llora de nuevo. Ha parido y tiene hambre. Esta vez ni P. ni yo acudiremos al llamado. Solo Romeo nos hace falta.
            Hace unos días acomodando la lavandería descubrí un par de jaulas para pájaro. Allí vivieron un canario y dos loros. No los extrañaba pero recordé su canto. 

            Romeo: si decides irte no guardaré tu canasta. A diferencia de las jaulas ésta siempre ha estado abierta.
                        El Sr. O me mira y sonríe. Recuerda un chiste que me dijo ayer y lo repite para hacerme reír de nuevo. Hoy el tocino se fríe en la sartén y la cadena de palabras que me arrancó la carcajada fue aspirada por la campana de la estufa. Tengo hambre y no es broma.
            Romeo va y viene en una rutina de desapariciones. Con su ausencia llegan pequeños escarabajos negros de vientre rojo. Anoche escuché un tlacuache. En la oscuridad recordé el chiste y me río a solas porque el Sr. O ahora duerme. Afuera Romeo ilumina sus andanzas con las farolas.

          Romeo lindo, deseas ser como la luna y a mí me gusta la luz del día. Deseas ser un fantasma y yo ansío ver tu canasta ocupada cuando apago la luz. He aprendido algo Mi Romeo: Estar juntos es aprender a decirnos adiós todos los días.

lunes, 18 de abril de 2011

Diva




Resulta inexplicable entender cómo elegimos a los amigos, la blusa florida de la tienda, el nugget más dorado o el cosmético que nunca usamos. Por otro lado, hay cosas que quisiéramos hacer pero requieren permiso: Tocar el  hermoso cabello de una desconocida; preguntar al señor que elige aguacates el nombre de su maravillosa loción secreta o dar un beso al guapo que cruza la calle e irnos sin voltear. ¿Cuántas cosas se quedan guardadas en nuestros deseos?, ¿Qué pasa cuando los cumplimos?

Una tarde regando el jardín P. y yo descubrimos una hermosa gata siamesa que nos miraba bajo la vieja camioneta averiada que nos heredó el abuelo. Sus grandes ojos azules despertaron en nosotros la necesidad de agradarla. La gata respondió a nuestro bisbiseo y antes de la cena decidimos que Romeo necesitaba una amiga y ella era fantástica para vivir entre nosotros: era bella, adulta, educada y estaba perdida.
Le dimos un par de salchichas y al amanecer seguía allí. Descubrimos que Romeo le gruñía mientras comían. Seguro eran celos. Expliqué a P. que ese sentimiento se le pasaría y nos concentramos en hacer que la minina se sintiera cómoda. La llamamos Diva. Era nuestra y Romeo debería compartirnos.
A los pocos días necesité de algunas mejoras en el rancho y uno de los trabajadores me señaló secamente “esa gata tiene sarna”. ¿Pero cómo? ¿Es eso posible? ¡Si se ve fantástica! Me explicó que en la cola había un pequeño claro sin pelo y me aseguró que estaba enferma: “Seguramente por eso la tiraron”.
Yo tenía unos muy estrictos códigos de higiene y solo pensar que  la  sarna estuviera esparciéndose por el piso me provocaba rascarme la cabeza  y el cuello. Mantuve la calma mientras buscaba en Google qué era eso e-x-a-c-t-a-m-e-n-t-e. Advertí que mi botiquín no contaba con nada para esfumar a los ácaros peludos y bofos que aparecieron en la Internet. Respiré y prohibí a P. y a Romeo tocarla. ¿!Qué hacer con Romeo?! En un intento por calmar mi ansiedad agarré el bote de Lysol y rocié a Romeo por todas partes. Por el contrario, a Diva le receté Raid mata bichos en la cola. Eso alejó unas horas los cuerpecitos regordetes que talaban pelos y deforestaban mi mente.
No perdería tiempo. A la mañana siguiente llevaríamos a Diva al veterinario para que la bañaran, la desinfectaran, la vacunaran y le regresaran el pelo a la cola. Con ese espíritu al amanecer me enfundé un par de guantes para agarrarla y meterla a la caja de plástico que acondicioné para trasportarla. La caja estaba húmeda de desinfectante y luego de veinte minutos de persecución bajo el auto, Diva estaba encerrada y expectante en la parte trasera de mi camioneta.
P. estaba ansiosa por explicarle al veterinario todo sobre Diva y le pedí cantar durante el trayecto para tranquilizarla. Sintonicé música clásica de fondo e imaginé lo fantástica que se vería Diva a su regreso. Todo estaba en su sitio de nuevo.
Tomé velozmente la carretera rumbo a la ciudad y al llegar al retorno miré por el retrovisor. Quedé sin aliento: Diva había escapado de la caja y asomaba los enormes ojos por la parte trasera de la camioneta mientras P. -totalmente ajena a la escena- iba amarrada en su asiento mirando por la ventana. Pensé qué hacer pero ya debía acelerar si deseaba incorporarme de manera segura al flujo de tráileres y coches desbocados. Era mi turno para lanzarme al tráfico, y temí que mis movimientos provocaran que Diva saltara. ¡¿Debía tocarla?! Los guantes se habían quedado en casa y regresar suponía recorrer tres kilómetros antes del siguiente retorno. Para entonces Diva estaría interfiriendo entre mi pie y el freno.
Decidí que no seguiría la ruta del veterinario y atravesé la carretera en línea recta adentrándome a la zona rural. Diva tomó mal el ruido del motor y se paró en dos patas preparándose para saltar. Yo sudaba.
Dos camionetas tras de mí impedían que me frenara en el sinuoso camino, así que seguí conduciendo hasta encontrar un claro que me permitiera orillarme.
Encontré uno al llegar a un río. Las camionetas nos pasaron a toda prisa y yo bajé dispuesta a abrir la puerta trasera para dejar que Diva saliera. Los ácaros de sarna habían llegado a mi espalda, brazos e ignoraba si podría manejar sin desinfectar todo el vehiculo esa misma tarde.
Romeo lindo, perdóname por elegir yo a tu compañera.
Apenas la puerta se abrió la gata saltó hacia afuera. Dejé de verla a los pocos segundos. Era un lugar tan lejano a nuestra casa que debí despedirme de nuestro propósito de tener una hermosa siamesa de ojos enormes y sanos.
Pasado el incidente  P. lloraba por “perder a la novia de Romeo”. Nuestra manía por tener una gata bella había terminado y estaba segura que la sarna habitaba en la tierra, en el cielo y en todo lugar. La siguiente parada era la farmacia: me acababa de recetar el Lysol.
Esa noche Romeo volvió a ser el gato más cariñoso. Yo decidí que no habría otra adopción de adultos con costumbres y hábitos inciertos.  P. me dejó de hablar.
Pasaron un par de días y el trabajador me preguntó por Diva. Le expliqué que se había escapado cuando la llevaba al veterinario para atender su sarna. Él se quedó pensando y dijo: “Oiga, le chequé la cola y era una mordida”.
Romeo querido… ¡Déjame abrazarte!

viernes, 4 de marzo de 2011

Pubertad



Desde que tengo memoria quería crecer y ahora me asusta la idea de quedarme a oscuras y esperar el alba eternamente. Pasan tantas cosas al mismo tiempo debajo de la piel: Todo se agita, crece, se pudre, se reconstruye, florece. Afuera los ciclos de día y noche agotan el pasto mientras el Sr. Tiempo se dora la espalda con bronceador.
Cuando P. cumplió cinco años inició con la costumbre de recitar sus hazañas a nuestra única familia de vecinos y luego -en privado- se convierte en una bebé que se chupa dos dedos de la mano mientras ve leones devorar zebras en la Tv. Romeo en cambio duerme en su almohadón cada noche y le tiene sin cuidado balbucear.
Hace unos días descubrimos que la curiosidad lo tiró de la cola y no pudo sujetarse al canasto. La tía pubertad hizo un silencioso arribo y le entregó el pasaporte para salir de nuestras fronteras.
Romeo debería entender que se puede ser una ballena, un ave o una hormiga; lo único que no podemos ser es nosotros mismos dentro de 40 años, o recordar lo que nos hacía reír a los cinco. Si tan solo el Sr. Tiempo le explicara que debe tener cuidado con las prisas por crecer.
Entiende esto Romeo: “A los cinco años puedes jugar a ser adulto, a los 30 serás grande para siempre”.

Durante las salidas al colegio P. y Romeo adquirieron la adulta costumbre de despedirse al pie de la camioneta como un par de caballeros que se despiden, y uno aborda un carruaje. Romeo la sigue hasta que sube, se abrocha y saca la mano por la ventana mientras él la mira sentado a una distancia segura esperando mi reversa.  Este ritual se ha repetido por semanas con ligeros ajustes de tiempo, risas, o mis reclamos para apresurar su solemnidad. Luego, al regresar por la noche, P. y yo vemos a Romeo esperándonos trepado en un pequeño muro al pie del portón y la solemnidad regresa.
Ocurrió una de esas noches que al volver el muro estaba vacío. Nada indicaba que Romeo se encontrara cerca y su cascabel no se escuchaba a lo lejos. Presintiendo lo peor pedí a P. que me esperara en casa y fui a buscarlo acompañada de la mas absoluta oscuridad.
Le llame, palmoteé, silbé. De pronto escuché un tenue llamado del otro lado de la cerca de púas, justo en la propiedad del vecino fantasma. Como no podía adentrarme en la hierba regresé sobre mis pasos y llamé a P.
Ella salió corriendo sosteniendo una desbocada linterna y detrás de ella el Sr. O quién no quiso perderse el espectáculo de ver a Romeo en un verdadero aprieto. Llegamos al lugar y al iluminar las sombras del otro lado descubrimos con sorpresa un Romeo agotado, con el pelo pegado en puños y sin voluntad para moverse.
Como tengo experiencia para escurrirme por debajo de las cercas logré colarme con facilidad. Llegué a él y lo sostuve con cuidado para llevarlo a casa. Parecía haber tenido un muy mal día. Por su apariencia habría jurado que soltaron al perro labrador y éste le había explicado algunas nuevas reglas.
Esa noche lo bañamos y secamos con cuidado. Mientras lo aseaba comprobé su dolor interno y recordé mi niñez cuidando a otros gatos. Mi memoria abría la puerta y dirigía mis manos para atender un Romeo maltrecho. Al terminar la faena durmió en almohadón y le contamos un cuento... Nuestro adolescente era de nuevo un bebé que estaba a salvo.
Con el incidente nuestra rutina de esa noche cambió y entonces pedí al Sr. O su ayuda para encerrar a la Nana, dar de comer al pez y adelantar un poco la cena. Descubrí con asombro que el  Sr. O nunca había alimentado un Betta porque no encontraba la manera de abrir la pecera y yo me desesperé. ¿¡Nunca tuviste un pez?! –no-, ¿¡NUNCA alimentaste uno en tu vida?! –no-… Un instante después lo pillé con cara de niño mientras descubría que la comida flotaba en el agua. El Sr. O tenia tres años. ¿Yo? 100. 
Querido Romeo ¿qué edad tengo cuando te beso?

lunes, 7 de febrero de 2011

Zeus



“Ángel de la guarda, dulce compañía no me desampares de día, del coche, del perro negro, los huesos de pollo y la noche fría”… Romeo.
            Todos tenemos un ángel al que no le conocemos el rostro, el cabello o las manitas tibias. Otros creen en las hadas o duendes que se esconden tras las escobas y roban el pan de la canasta. En el campo, las ayudas vienen en otros empaques. La de Romeo se llamaba Zeus y sus ojos todavía brillan junto al estanque.

El invierno continúa pero el sol no se esconde tras el frío. Aquella mañana era particularmente clara. Superado el letargo de domingo, salí al jardín y la luz me cegó los ojos.
A lo lejos la abuela revisaba cuidadosamente sus plantas y yo me dispuse a recoger los restos olvidados de una comida en la mesa del porche. Todo era calma, nada se movía. Romeo salió de un pequeño arbusto escapando de la gallina que lo seguía intentando alcanzarle la cola. Poco duró mi interés por aquel juego cuando una sombra negra y brillante cruzó fugazmente el jardín y los ojos de la abuela se cruzaron con los míos.
Sorprendidas por aquella figura dejamos nuestras tareas y nos acercamos al lugar donde desapareció la sombra. El silencio había detenido a los pájaros en vuelo, las nubes en las ventanas y a la gallina su persecución. La brillantez de aquella luz nos cegaba al hurgar entre las luces y sombras de la vieja cochera de sillar.
La abuela emitió un pequeñísimo grito -casi como un quejido- y encontré la pista en sus ojos. Mire hacia la misma dirección y descubrí unos enormes ojos amarillos que me miraban fijamente. Era el gato más hermoso que hubiera visto. Negro y lustroso, de pecho blanquísimo y enorme tamaño. Su pelo era largo, plumoso. Flotaba.
Su mirada en la mía duró una eternidad. Me encontré ligada por completo al ritmo de su parpadeo. Nadé por segundos interminables en un mar dorado lleno de brillos ámbar, de profundidad iluminada y respiré agitadamente al ver una bruja en aquel espejo de agua. Volví a tener diez años. Deseé que ese bello animal fuera mío. Lucharía por él contra mi madre, mis dioses, o el propio Tifón. Aquella visita no era para mi y parpadeé. El hechizo se rompió cuando la abuela intentó acercarse a la hermosa criatura.
Al sentirnos cerca se deslizó por debajo de la malla y desapareció camino arriba entre la hierba larga y crujiente. Impedidas de seguirlo lo vimos llegar a lo alto de la colina. Había en aquel sitio ruinas de otras épocas y ascendió majestuoso por una escalinata abandonada. Aquellos escalones no llevaban a ninguna parte, si acaso al Olimpo.
“Debe llamarse Zeus”, musité. La abuela se mostró complaciente con mi deducción y juntas le despedimos con una sonrisa de niñas. Éramos cómplices de aquella visión, cómplices aquella magia diurna e irrepetible. Antes de desaparecer, Zeus volteó hacia nosotras fijando en nuestros ojos una luz ambarina que permaneció aquella mañana en nuestras pupilas.
El silencio se rompió al escuchar los pasos del Sr. O espantando a Romeo. Corría tras él seguido por P. Estaban molestos por algo que yo no entendía. Zeus desapareció.
Romeo había intentado comer el huevo de la gallina sin suerte. Yo había olvidado cerrar la puerta y él había entrado hasta la cocina tomado parte del desayuno de P.
Zeus ya no estaba y defendí a Romeo. La vida era una bendición y no reprendería a mi pequeño por una travesura. Estaba creciendo y consideré natural que buscara emociones. Dudé un segundo en darle su desayuno, tal vez Zeus regresaría y podría verlo de nuevo…Deseaba tanto poder tocarlo. Romeo desayunó y Zeus desapareció para siempre. Querido Romeo ¿Son así todos los Dioses?

domingo, 23 de enero de 2011

Luna



P. y yo sabemos que la luz de la luna es mágica, por eso las noches iluminadas movemos su cama hacia la ventana, y al amanecer un brillo distinto nace en sus ojos.
Hoy hay luna, es noche de invierno y al terminar de leer el cuento hemos resuelto el misterio de los lobos caminantes y el significado del aullido a mitad de la noche. Falta descubrir lo que ocurre en nuestro jardín antes del amanecer.
Al llegar el alba algunos animales ya no fueron los mismos. Romeo no maúlla, Marcelo está distante y Dora no anuncia sus huevos con su revuelta de graznidos y agudo cacaraqueo. De día las cosas ocurren a la vista, pero antes nacen en una noche iluminada.
Es de día y al llegar de la iglesia descubrimos a Marcelo ensangrentado. Había blandido por primera vez su gran espolón, y el rastro de sangre de su víctima delataba una anónima tragedia. Buscamos por todo el terreno y encontramos solo tierra seca. Marcelo parecía tranquilo, ajeno a nuestra sorpresa. Su cabeza exhibía una cresta húmeda, brillante, roja e indiferente. La duda nos invadió.
Al día siguiente el aroma dulzón y asfixiante de la muerte llegaba con el viento y se burlaba de nosotros bajo un sol abrasador. El terreno abandonado que bordea la casa escondía un secreto. No pudimos traspasarlo. Las hormigas y los carroñeros acabarían por ocultar la identidad del caído para siempre
Al poco tiempo me encontraba regando el jardín cuando P. descubrió un pequeñísimo huevo junto a otro en la canasta de Romeo. ¿Dora pretendía empollar un enano, o acaso alguna paloma temeraria había elegido el mismo sitio para fincar su nido? Ninguna de las dos posibilidades nos convenció. Tomé ambos huevos, los etiqueté como “la cosecha del día” y los guardé en el refrigerador. Una duda más hace fila en la ventanilla de perplejidades.
Ha pasado una semana y la luna sufrió su tradicional retroceso. Marcelo recobró su gallardía, el mini huevo espera su turno en el sartén, y lo único claro es que el hermano tuerto de Romeo desapareció.
Marcelo canta al amanecer. Romeo se regodea bajo el sol, el Sr. O revisa el periódico en la hamaca y el sonido dispar de la armónica de P. rompe el silencio de la mañana de domingo. Todos deseamos una semana de respuestas. Querido Romeo, el Sr. O me acusa de comer por las noches… ¿habrá regresado el sonambulismo?

lunes, 17 de enero de 2011

Gatolandia



Al irse Julieta, madre e hijo regresaron con más insistencia, supuse que la buscaban. Un día los descubrí agazapados en la canasta con otro gato blanco pequeño de grandes ojos azules. -Qué rápido encontraron un repuesto- pensé.
Junto con ellos vinieron más gatos que poco a poco llenaron el patio de figuras sigilosas y a la luz de luna, fantasmales. Imagino que se avisan unos a otros sobre los habitantes que se muestran amables y dan signos de civilidad en el ecosistema. Dejé de ahuyentarlos luego que mi última mutación de gritos en camisa corta con el viento frío. Aquella persecución para alejarlos me llevó a una infección en el pecho y a la sala de emergencias. Decidí seguirlos tras la ventana. El Sr. O estaba preocupado por mis delirios de ferocidad territorial y supongo que revisó las pólizas de seguro sobre coberturas “transespecie”.
Romeo resultó ser tan encantador y aceptado en aquella comunidad exterior que me seguía cual perrito de bolsillo a donde quiera que circulaba. Me esperaba paciente a que acomodara la basura, recogiera el diario o visitara a la abuelita al otro extremo del terreno lleno de vegetación. No solo yo quería a Romeo de acompañante, Marcelo el gallo lo empezó a reclamar en sus rasconeadas en la tierra. Romeo era bueno para hurgarla y aquello resultaba benéfico a la hora de encontrar insectos.
Por su parte Dora, la gallina, eligió su canasta para poner huevos. Esto me pareció maravilloso. Ahora yo no tendría que olfatearlos discretamente por el perímetro del patio o entre la hierba. Los tendría sobre cojín a la puerta de mi casa, y Romeo mantendría su camita caliente. Se estaba cumpliendo la fórmula secreta de los líderes mundiales en negocios: el ganar-ganar.
Romeo deambulaba por terreno propio y extraño. Ya no temía ir de excursión a otros sitios. Una tarde con desechos de chuleta para él en la mano le grité y no respondió. Repetí el llamado varias veces sin resultado y asumí que se encontraría lejos conquistando algún pariente. De rato me llamó. Estaba sin su collar y luego de buscarlo apareció enganchado en una púa. Lo tomé y volví a colocarlo en su cuello. El Sr. O no perdonaría dejar de escuchar el sonidito de su cascabel para justificar no pisarlo. En épocas navideñas aquella musiquita le había hecho merecedor al mote de el Merry Christmas.
Todo estaba bien y en equilibrio cuando llegó el intenso frío y volvieron las usurpaciones al lecho de Romeo. Hubo que regresarlo al baño para asegurar que mi pequeño durmiera en su cama tranquilo y P., sin angustias.
El invierno y la lluvia ocupan ahora la vida del jardín. El chocolate caliente domina la mesa. Romeo lindo, este es tu primer invierno de las cinco vidas que te quedan. Salud!