sábado, 16 de octubre de 2010

Territorio O



Si has convivido con machos seguro entenderás el delicado y complejo tema sobre “lo tuyo es mío, y lo mío -y todo lo demás- también”. Esto ocurre cuando el botín tiene buen sabor, está cómodo o es grande: auto, toalla del baño, cepillo del cabello, maleta, sofá o paraguas. Lo anterior puede ser exigido de manera ocasional pero, qué pasa cuando el trofeo es el espacio donde uno vive? El valor del territorio en un macho lo descubrí cuando Tano, nuestro Xolo, llegó a casa. Lo rescatamos de una perrera local cuando nadie reclamó y se convirtió en la perfecta pareja de Nana. Durante los años que vivió en casa fue todo cariño. Al tiempo, Nana y él tendrían cachorros y colorín colorado. La historia de Tano viene a cuento porque antes de Romeo ha sido el único macho que reclamó y marcó territorio en nuestro habitat. Apenas tomó confianza entre nosotros empezó a firmarlo todo. El jardín y la lavandería le pertenecieron no así nuestra casa a la que nunca ingresó. No causó problemas porque el patio era esa frontera difusa donde la autoridad era ejercida por mí gracias a que lo mantenía limpio, regado y con el asador a punto para la siguiente cena del Sr. O. Así el Sr. O. y Tano vivieron felices sus distancias.
Por supuesto yo no entré a una guerra con un perro que se había convertido en el más celoso cuidador. Pasaron cinco años sin inconvenientes y Tano prosperó como único rey del jardín mientras el Sr. O. reinaba en la casa y el ciberespacio. Al llegar mi pequeña P. tuve que cederlo en búsqueda de mayor higiene para todos y Tano encontró hogar en casa de un extranjero que deseaba ser su amo. Hoy vive como rey de interiores, exteriores y alrededores en el rancho de un canadiense excéntrico. De ese modo quedamos puras damas en casa y el Sr. O. recobró su título de rey legítimo dentro y fuera del hogar, y Nana una anhelada independencia después de años de esquivar a su acosador.
Al llegar Romeo al reino del Sr. O. todo siguió igual, o al menos eso parecía. Romeo se mantenía tranquilo en su canasta y P. y yo lo atendíamos sin descuidar al Sr. O. Al pasar los días y enterarnos que Romeo veía poco, el Sr. O mostró signos de caridad para con él y notamos que en un par de ocasiones se mostró hasta enternecido al verlo. Hoy Romeo tiene casi dos meses y a pesar de sus limitaciones se las ingenia para estar en todas partes: subirse a los muebles y mantenerse adherido a los zapatos mientras uno camina. Al notar su evolución el Sr. O. empezó a arquear la ceja e inició una estrategia para marcar Su territorio.
Primero encargó una puerta para aislar el cuarto del televisor, ecosistema del sillón amarillo. Ese fue el primer golpe para Romeo que intentaba sin suerte dormir cada noche acurrucado en él mientras el Sr. O. componía música en el sótano. Hace unos días P. y yo lo buscábamos por toda la casa mientras el Sr. O. leía el diario en silencio. Con sorpresa descubrimos su canasta con él dentro encerrados en uno de los baños. El Sr. O. había ganado de nuevo. Apenas anoche elaboró una muralla compuesta por una vieja bocina y cajas de zapato para evitar que lo siguiera escaleras arriba. Romeo no se ofende sabe que P. y yo acudimos a su rescate y lo recompensamos con cariño para olvidar el desaire.
Al escuchar nuestros pasos Romeo nos caza por las esquinas y detrás de los muebles. Choca cada vez menos con paredes o muebles. El Sr. O. ha empezado a quejarse de topárselo en el clóset y de ver su biberón en un rincón del refrigerador.
P. le cuenta confidencias mientras la espera al pie del sanitario y yo amanezco temprano para prepararle la leche. Amanece soleado. El Sr. O. mira por la ventana ideando una parrillada en su verdadero reino: el jardín. Romeo querido: ¿son así todos los niños?

No hay comentarios:

Publicar un comentario