lunes, 17 de enero de 2011

Empollar un gato



Han pasado varias semanas desde que Romeo llenó de excremento nuestro único tapete decente. El castigo ha redimido en otros tiempos a los culpables pero aplicarlo a él resultaba absurdo: no entiende, no llora, no pide disculpas, no mostrará arrepentimiento y eso nos deja un poco incompletos, necesitamos ver que padezca la ira humana y eso no ocurrirá. Ante la imposibilidad de someterlo a  un correctivo optamos por desaparecerlo de la vida común y le recetamos un encierro cartujo. El baño fue su morada mientras decidimos qué hacer.
Pasaron dos semanas y Romeo no entendió que la vida contemplativa era justamente descubrir que un sanitario es bello, o que los días se miden por la luz que entra por una pequeña ventana circular. En respuesta pareció incrementar su actividad intestinal porque el arenero requería atención mañana tarde y noche.
Al principio su calabozo resultó demasiado severo para P., la cual lloraba pidiendo su liberación. Sin embargo, al trascurrir los días todos recordamos el placer de no compartir la casa. Romeo estaba siendo olvidado víctima de un giro ingrato en su historia de bonanza.
Un mediodía de sol me apiadé de él al escuchar que me llamaba. Como seguía desconfiando de sus hábitos y recordaba el dolor de espalda luego de lavar el tapete a mano decidí que había llegado la hora de crecer, volar y convivir con los autos. Romeo había crecido y yo resultaba sobreprotectora a los ojos de -su otra y superior madre- la naturaleza, Doña N.
Fui por él y lo saqué al jardín. Un jardín repleto de peligros vivos, muertos y mecánicos. Era la hora de saber si podría hacerlo y yo estaría vigilando cada uno de sus pasos en los ensayos de vida silvestre. Al ver la luz brillante apretó los ojos, ya sabíamos que vería fragmentos de entretelones, pero la luz llegaba y él debía sobreponerse a ella, o rendirse para habitar en un baño que el Sr. O reclamaba cada que Doña N lo llamaba a él.
Así trascurrieron los días. Romeo salía durante los períodos que estábamos en el patio y decidimos dejarlo pasar su primera noche de campamento para ver qué sucedía. Esa noche trascurrió en silencio y a la mañana siguiente Romeo lucía bellamente grande. Mi pequeñito había crecido y se tomaba ahora su primera cerveza, empezaría a decir palabrotas y eructaría al son del canto macho. Mami estaba orgullosa de su evolución y su canasta resultaba ahora tan adecuada en ese sitio…Suspiré. Mientras disfrutaba sentirme madre de un GATO con toda la temeridad de sus letras, el Sr. O reclamó tras la ventana unos hot cakes. Querido Romeo ¿cuándo tendrá el Sr. O su propia victoria en la cocina?

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