domingo, 28 de noviembre de 2010

¿Quién gana?


El veterinario había predicho que ambos ojos debían ser extirpados al cumplirse dos meses del diagnóstico y falló. Hoy sabemos que al menos uno de ellos ha logrado salvarse gracias al programado cuidado que le prodigamos. Al preguntarle si el otro también se salvaría frunció el seño y dijo: “ Tal vez deba operarlo para realizarle una extensión de piel”…definitivamente el Dr. No desea perder.
Convencidos de que lo peor había pasado, decidimos dejar salir a Romeo durante el mediodía para que conociera los alrededores de la casa, le diera el sol y encontrara su lugar en el rancho entre el gallo, la gallina y los otros gatos salvajes que acuden a beber agua de mismo platón.
El reconocimiento del terreno fue rápido. Romeo conoció a una de las ardillas silvestres y trató de seguirla pero su respuesta fue lenta. Intentó asustar al gallo pero su temeridad se convirtió en huída tras la embestida y tuvo que alejarse. Decidió entonces sorprender a la gallina y redescubrió la sana distancia.
En su incansable curiosidad se topó con la tentadora corteza de un árbol. De inmediato P. se preocupó al verlo subir pero yo la tranquilicé recitándole que él debía aprender a cuidarse solo. Aprendió… y gané.
Llegó a lo más alto de la última rama y al darse cuenta del vértigo, lloró. Nada pudimos hacer, y la realidad televisada de llamar a los bomberos para bajar un gato se convirtió en fantasía en nuestro alejado poblado. Así que le pedí a P. que se sentara a esperar el desenlace.
Desconozco las razones por las que Romeo al llegar a la cima y de manera inaplicable comenzó a morder pequeñas ramitas secas y éstas empezaron a caer sobre nosotras. Parecía una premonición, en ese momento empecé a creer que no habría marcha atrás. Romeo conocería ese día el duro final del que no se repliega a tiempo.
Todo estaba en calma cuando un agudo maullido rompió la tranquilidad del jardín. Había llegado a su propio límite y la rama lo sabía. Al verse únicamente sostenido por un puño de hojas se sacudió y el árbol lo soltó.
Romeo cayó desde las aturas y por un segundo fue un pesado pájaro que al llegar al suelo emitió un sonido seco. Lo sostuvimos y le llevamos a su canasta. No se movió en un largo rato.
Poco le duró el placer masoquista de restar su segunda vida cuando ya estaba  tratando de salir al jardín. De nuevo trepó. Lloró al sentirse arriba y cuando estaba a punto de completar el ritual de vuelo regresó sobre sus pasos, bajó y se quedó quieto en silencio. El árbol ganó.
Anoche el Señor O. entabló una batalla con Romeo para tratar de contenerlo mientras veíamos el televisor y levantó una muralla de cajas entre él, su arenero, su comida y su canasta y el resto de la casa. Romeo se quedo en ese rincón tratando de salir mientras yo veía el rostro victorioso del Sr. O iluminado por el televisor mientras escuchaba la acometida contra el muro. Romeo escapó y el Sr. O le maldijo. Cerró entonces la puerta de nuestro cuarto convirtiéndonos en prisioneros por voluntad propia.
Al amanecer me levanté para hacer el almuerzo que P. llevaría al colegio y al encender la luz vi al final del pasillo a Romeo agazapado en la silla giratoria negra de la pequeña oficina del Sr. O. Sus pelos estaban por todas partes.
Al bajar descubrí con sorpresa y asco que imposibilitado para regresar al arenero debido a la muralla que había logrado escalar estaba, sobre nuestro tapete de ixtle, su gran excremento en medio de la sala, triunfante. Llame al Sr. O…Romeo había ganado.

Pd: lamento la crueldad, pero luego del incidente del árbo recordé esta canción http://www.youtube.com/watch?v=CecVrS8WI68

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